Mi amigo Angelo Flaccavento me presentó al diseñador Adrian Appiolaza en París. Adrian me explicó cómo fue ese momento emocionante en el en el que vio una camiseta de Comme des Garçons, que su amigo le trajo de Argentina cuando era adolescente. En ese instante empezó su deseo, su amor y dedicación por el mundo de la moda. Como todos los coleccionistas de mi libro, me fascinó esa paciencia para esperar algo que realmente deseaba. Se trataba primero de una conexión emocional.

Una gran parte de mi trabajo consiste en guiar a diseñadores a través de tendencias contemporáneas, pero que están también pensadas para perdurar en el tiempo. Para mí era importante seguir esta máxima en nuestra casa. Casi todo es recuperado o de segunda mano, desde los muebles hasta los suelos. Invertí mucho tiempo en este proceso. Es importante detenerse para averiguar cómo te hace sentir algo y si te seguirá encantando en dos meses. Pienso en mi ropa de la misma manera. Trabajar en el libro con esa mentalidad me inspiró incluso a una mayor reflexión antes en comprar las cosas.

Mi abuela y mi madre me criaron con esta mentalidad. Mi abuela me introdujo en apreciar el diseño clásico de muebles. Heredé una de sus lámparas y localicé exactamente el mismo modelo de mesa de mediados de siglo que ella tenía en su casa. Creo que los objetos bien diseñados conservan siempre su valor y nos cuentan historias. Incluso cuando compro cosas nuevas, pienso en que Theo las heredará algún día. No se trata de piezas caras, es una cuestión de enfoque; no desechar, sino cuidar, mantener, legar, dar una nueva vida.